Alertan de la falta de agua y fármacos para lo supervivientes del tsunami, cuando el balance de muertos se eleva ya a 429
Los equipos de rescate llevaban ayer ayuda a las regiones de
Sumatra y Java devastadas por el
tsunami que siguió a la erupción del volcán Anak Krakatoa, pero la
falta de agua potable y de medicamentos
complicaba su tarea entre las miles de personas refugiadas en centros
de emergencia. Los trabajadores humanitarios advertían contra los
riesgos de una crisis sanitaria cuando el último balance de víctimas se
eleva a
429 muertos, más de 1.485 heridos y 154 desaparecidos.
«Muchos niños están enfermos, tienen fiebre, dolor de cabeza y no
tienen suficiente agua», explicó Rizal Alimin, un médico de la oenegé
Aksi Cepat Tanggap, en una escuela transformada en refugio.
Las fuertes lluvias están dificultando las
labores de ayuda y rescate, en medio de las advertencias de los expertos
de que existe el
riesgo de un nuevo tsunami a causa de
la actividad volcánica del Anak Krakatoa. Una patrulla de oficiales de
la Agencia Nacional de Gestión de Desastres (BNPB) levanta uno a uno los
trozos de madera y hojalata que hasta hace tres días formaban una
cabaña turística en la playa Carita, en Java.
Miedo a otra gran ola
«Estoy
aquí desde hace tres días», declaró Neng Sumarni, de 40 años. Duerme
junto a sus tres hijos y su esposo en el suelo de la escuela, con otras
treinta personas. «Tengo miedo, porque mi casa está muy cerca de la
playa».
Abu Salim, voluntario de la asociación Tagana, explicó que
apenas consiguen estabilizar la situación.
«Incidimos en la ayuda a las personas que están en los centros de
acogida, instalamos cocinas, distribuimos equipos logísticos y más
tiendas en los lugares más adecuados», indicó. La gente «sigue sin tener
acceso al agua potable. Muchos refugiados fueron a zonas altas y no
hemos logrado llegar a ellos».
Algunas de las víctimas se deciden a
contar sus trágicas experiencia cuando les sorprendió la gran ola. Como
Udin Ahok, de 46 años, que tuvo que hacer una elección terrible: salvar
a su mujer o a su madre y su bebé cuando el muro de agua echó abajo las
paredes de su casa en Way Muli, una aldea costera de Sumatra. «No tuve
tiempo de salvarlos a todos», cuenta entre sollozos en uno de los
centros de urgencia que acoge a miles de desplazados.
A Sulistiwati, otra habitante de Way Muli,
embarazada de seis meses, la salvó un vecino que la vio caer al agua.
«Afortunadamente él me vio y me sacó de la ola. Corrimos hacia las zonas
altas con los otros vecinos», cuenta. «Era noche cerrada. No me
imaginaba que fuese capaz de correr tan rápido estando embarazada»,
añade.
Al otro lado del estrecho de la Sonda, en Java, Saki, de 60
años, observa los escombros de la aldea de Sumber Jaya y se pregunta
cómo va a hacer para volver a la normalidad. «No puedo reconstruir nada,
todo ha desaparecido, mi ropa, mi dinero», declaró. «Tenía 19 millones
de rupias en casa (1.130 euros)». Le queda un bonete, una camiseta y un
sarong (falda larga que visten los hombres). «Duermo en la mezquita pero
todos los días vuelvo aquí porque tenía mucho dinero que he perdido»,
afirma.
En su barrio murieron dos personas y al menos 20
casas fueron engullidas por las aguas, cuentan los habitantes, que pasan
la Navidad intentando salvar lo poco que les queda.